Vivimos una situación de alerta, provocada
por muchos problemas graves que afectan al planeta y a nuestro ecosistema como
la contaminación de agua, aire y tierra, agotamiento de recursos naturales,
crecimiento incontrolado de la población mundial, desequilibrios insostenibles,
conflictos destructivos, pérdida de diversidad biológica y cultural.
Esta situación surge debido a
ciertos comportamientos individuales y colectivos orientados a la búsqueda de
beneficios particulares y a corto plazo, sin atender las consecuencias de los
residuos que se vuelven contaminantes.
La mayoría de los maestros, no están concientizados para esta
situación por lo que es preciso, asumir la
responsabilidad y sobre todo un compromiso para que toda la educación, tanto
formal como informal, preste atención a la situación del mundo.
Se propone lanzar una campaña
llamada Compromiso por una educación para la sostenibilidad, para incorporar
nuestras labores educativas cierta atención a la situación mundial existente
promoviendo consumo de alimentos responsablemente en relación a las 3 “R”,
promover el impuso tecno científico productos que favorezcan a la
sostenibilidad, sobre todo el compromiso de
multiplicar las iniciativas para implicar al conjunto de los maestros,
con campañas de difusión y concienciación en los centros educativos, congresos,
encuentros, publicaciones... y, finalmente, el compromiso de un seguimiento
cuidadoso de las acciones realizadas, dándolas a conocer para un mejor
aprovechamiento colectivo.
La
sostenibilidad como revolución cultural, tecnocientífica y política
El concepto de sostenibilidad
surge por el nacimiento de una opinión negativa, el cual da como resultado la
situación actual del mundo, de acuerdo a los análisis de dicha opinión pueden
interpretarse que nos encontramos en una etapa de alerta, determinada en una
situación insostenible que amenaza gravemente el futuro de la vida en la tierra.
“Un futuro amenazado” es,
precisamente, el título del primer capítulo de
Nuestro futuro común, el informe
de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, conocido como
Informe Brundtland (cmmad, 1988), a la que debemos uno de los primeros intentos
de introducir el concepto de sostenibilidad o sustentabilidad:
«El desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades
de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones
futuras para satisfacer sus propias
necesidades».
Esto quiere decir que no importa cuales sean
nuestras aspiraciones industriales, comerciales y evolutivas, siempre y cuando
las realicemos con responsabilidad ambiental.
Hoy en día sabemos que el ritmo que lleva nuestra
industria es alarmante mientras más seguimos creciendo en población se va despojando la superficie de la Tierra lo
cual indica que muy pronto ya no tendremos árboles que talar para el desarrollo
humano.
Los seres humanos siempre dependerán de la
naturaleza, sin embargo ha sido visto como signo distintivo de sociedades
avanzadas, destruir para avanzar, construir para crecer, años atrás ni si quiera se planteaba lo valiosa
que es la naturaleza y el ecosistema para nosotros, la naturaleza era
prácticamente ilimitada y se podía centrar la atención en nuestras necesidades
sin preocuparse por las consecuencias ambientales y para nuestro propio futuro.
Sin embargo han surgido señales alarmantes, de acuerdo a estudios
internacionales, donde la sociedad ni los políticos han hecho algo para llevar
actividades con responsabilidad ambiental y evitar poco a poco la
contaminación.
«El desarrollo sostenible requiere la satisfacción de las necesidades
básicas de todos y extiende a todos la oportunidad de satisfacer sus
aspiraciones a una vida mejor».
Esta es la razón por la cual las
Naciones Unidas, buscan instituir en una década de la educación para un futuro
sostenible a todos los educadores para que asuman un compromiso, con el fin de
fomentar actitudes y comportamientos favorables para el logro de un desarrollo
sostenible.
Educación para la sostenibilidad
Como
señala UNESCO
«El Decenio de las Naciones Unidas para la educación con miras al
desarrollo sostenible pretende promover la educación como fundamento de una
sociedad más viable para la humanidad e integrar el desarrollo sostenible en el
sistema de enseñanza escolar a todos los niveles. El Decenio intensificará
igualmente la cooperación internacional en favor de la elaboración y de la
puesta en común de prácticas, políticas y programas innovadores de educación
para el desarrollo sostenible».
Lo que la UNESCO busca impulsar una educación capaz
de orientar un comportamiento que contribuya a una correcta percepción del
mundo, tratar de generar actitudes y responsabilidades para poder tomar
decisiones positivas en cuanto al estado en que se encuentra nuestro planeta.
Para implementar una educación para un futuro
sostenible tendría que apoyarse en lo que puede resultar razonable para la
mayoría, de acuerdo al tipo de planteamiento del problema que surja.
Una adecuada educación ambiental para impulsar el
desarrollo sostenible es totalmente incompatible con una publicidad que
estimula un consumo poco inteligente; es incompatible con explicaciones simples,
es incompatible con el impulso de la competitividad, entendida como contienda
para lograr algo contra otros que persiguen el mismo fin y cuyo futuro, en el
mejor de los casos, no es tomado en
cuenta, siendo todo lo contrario con las características de un desarrollo sostenible.
Para hacerle frente a estos problemas es preciso
fomentar una educación que ayude a contemplar los distintos problemas
ambientales teniendo en cuenta las repercusiones que estas conlleven. Las
llamadas a la responsabilidad individual se multiplican, incluyendo
pormenorizadas relaciones de posibles acciones concretas en los más diversos
campos que podemos agrupar en:
·
Consumo responsable (ecológico o sostenible)
presidido por las “3 R” (reducir, reutilizar y
reciclar), que puede afectar desde la alimentación (reducir, por ejemplo, la
ingesta de carne) al transporte
(Promover el uso de la bicicleta y del transporte
público como formas de movilidad sostenible), pasando por la limpieza (evitar
sustancias contaminantes), la calefacción e iluminación (sustituir las
bombillas incandescentes por las de bajo consumo) o la planificación familiar,
etc., etc. (Button y Friends of the
Earth, 1990; Silver y Vallely, 1998; García Rodeja, 1999; Vilches y Gil, 2003).
Particular
importancia está adquiriendo la idea de compensar los efectos de aquellas
acciones que contribuyan a la degradación y no podamos evitar, como, por
ejemplo, determinados viajes en avión (Bovet et al.2008, pp 22-23).
·
Comercio justo, que implica producir y comprar
productos con garantía de que han sido obtenidos con procedimientos
sostenibles, respetuosos con el medio y con las personas (y que ha dado lugar a
campañas como “Ropa limpia”, centrada en el comercio textil o “
·
Juega limpio” que se ocupa más concretamente de
ropa deportiva). Este mismo principio de responsabilidad personal ha de
aplicarse en la práctica del turismo o en las actividades financieras,
siguiendo los principios de la Banca
ética, de forma que el beneficio obtenido de la posesión e intercambio de
dinero sea consecuencia de la actividad orientada al bien común y sea
equitativamente distribuido entre quienes intervienen a su realización.
·
Activismo ciudadano ilustrado, lo que exige romper
con el descrédito de “la política”, actitud que promueven quienes desean hacer
su política sin intervención ni control de la ciudadanía.
El futuro va a depender en gran medida del modelo
de vida que sigamos y, aunque éste a menudo nos lo tratan de imponer, no hay
que menospreciar la capacidad que tenemos los consumidores para modificarlo
(Comín y Font, 1999). La propia Agenda 21 indica que la participación de la sociedad
civil es un elemento imprescindible para avanzar hacia la sostenibilidad.
Aunque no se debe ocultar, para ir más allá de proclamas puramente verbales, la
dificultad de desarrollo de las ideas antes mencionadas, ya que comportan
cambios profundos en la economía mundial y en las formas de vida personales.
Por ejemplo, el descenso del consumo provoca recesión y caída del empleo.
¿Cómo eludir estos efectos indeseados? ¿Qué cambiar
del sistema y cómo se podría hacer, al menos teóricamente, para avanzar hacia
una sociedad sostenible?
Se requieren acciones educativas que transformen
nuestras concepciones, nuestros hábitos, nuestras perspectivas...
Que nos orienten en las acciones a llevar a cabo,
en las formas de participación social, en las políticas medioambientales para
avanzar hacia una mayor eficiencia, hacia una sociedad sostenible...
Acciones fundamentadas, lo que requiere estudios
científicos que nos permitan lograr una correcta comprensión de la situación y
concebir medidas adecuadas.
Es necesario, por ello, establecer compromisos de
acción en los centros educativos y de trabajo, en los barrios, en las propias
viviendas... para poner en práctica algunas de las medidas y realizar el
seguimiento de los resultados obtenidos. Estas acciones debidamente evaluadas se
convierten en el mejor procedimiento para una comprensión profunda de los retos
y en un impulso para nuevos compromisos. Éste es el objetivo, por ejemplo de
“Hogares verdes”, un programa educativo dirigido a familias preocupadas por el
impacto ambiental y social de sus decisiones y hábitos cotidianos. El programa
persigue:
·
Promover el autocontrol del consumo de agua y
energía.
·
Introducir medidas y comportamientos que favorezcan
el ahorro.
·
Ayudar a hacer una compra más ética y ecológica.
·
El programa propone, en una primera fase, reducir
las emisiones de CO2en el equivalente al objetivo marcado por Kyoto (5.2%) y el
consumo doméstico del agua entre un 6 y un 10%.
En una segunda fase pretende:
·
Sustituir al menos 5 productos de alimentación
básicos por otros procedentes de agricultura y ganadería ecológica o comercio
justo.
·
Eliminar de la lista de compra al menos dos
productos nocivos.
·
Eliminar igualmente al menos dos productos
superfluos.
De este modo, mediante una serie de medidas
progresivas, que cuentan con el debido seguimiento, se evita generar desánimo y
el consiguiente abandono y se contribuye a la implicación de la ciudadanía para
la construcción de un futuro sostenible. Pero el objetivo ha de ser llegar a
extender los cambios de actitud y comportamiento al conjunto de actividades que
como consumidores, profesionales y ciudadanos podemos realizar (Vilches, Praia
y Gil-Pérez, 2008).
Crecimiento económico y sostenibilidad
Mientras los indicadores económicos como la
producción o la inversión han sido, durante años, sistemáticamente positivos,
los indicadores ambientales resultaban cada vez más negativos, mostrando una
contaminación sin fronteras y un cambio climático que degradan los ecosistemas
y amenazan la biodiversidad y la propia supervivencia de la especie humana.
Podemos afirmar que si la
economía mundial tal como está estructurada actualmente continúa su expansión,
destruirá el sistema físico sobre el que se sustenta y se hundirá (Diamond,
2006). Se hace necesario, a este respecto, distinguir entre crecimiento y
desarrollo. Como afirma Daly (1997), «el crecimiento es incremento cuantitativo
de la escala física; desarrollo, la mejora cualitativa o el despliegue de potencialidades,
Puesto que la economía humana es un subsistema de un ecosistema global que no
crece, aunque se desarrolle, está claro que el crecimiento de la economía no es
sostenible en un período largo de tiempo».
Pero lo que no puede continuar es un crecimiento
económico que conlleva un insostenible impacto ambiental, cuyo origen antrópico
está fuera de toda duda, pero que hasta aquí no ha sido tomado seriamente en
consideración, aunque hayan surgido ya propuestas de crecimiento cero e incluso
de decrecimiento y se hable de “a-crecimiento” (Latouche, 2008). Más aún, se
precisan urgentes medidas correctoras que pongan fin al proceso de degradación.
La grave crisis financiera y económica que el conjunto del planeta está
viviendo actualmente aparece como una seria advertencia de la necesidad y
urgencia de dichas medidas, pero constituye también, como ha señalado el
Secretario General de Naciones Unidas Ban Ki-Moon, una oportunidad para
impulsar un desarrollo auténticamente sostenible. Una economía verde, fuente de
empleos verdes asociados a recursos de energía limpios y renovables que
desplace a la economía “marrón”, basada en el uso de combustibles fósiles: «En
un momento en que el desempleo está creciendo en muchos países, necesitamos
nuevos empleos. En un momento en que la pobreza amenaza con afectar a cientos
de millones de personas, especialmente en las partes menos desarrolladas del
mundo, necesitamos una promesa de prosperidad; esta posibilidad está al alcance
de nuestra mano.
Crecimiento demográfico y sostenibilidad
A lo largo del siglo 20 la población se ha más que
cuadruplicado. Y aunque se ha producido un descenso en la tasa de crecimiento
de la población, ésta sigue aumentando en unos 80 millones cada año, por lo que
puede duplicarse de nuevo en pocas décadas. La Comisión Mundial del Medio
Ambiente y del Desarrollo (1988) ha señalado las
consecuencias: «En muchas partes del mundo, la población crece según tasas que
los recursos ambientales disponibles no pueden sostener, tasas que están
sobrepasando todas las expectativas razonables de mejora en materia de
vivienda, atención médica, seguridad alimentaria o suministro de energía».
Alrededor de un 40% de la producción fotosintética
primaria de los ecosistemas terrestres es usado por la especie humana cada año
para, fundamentalmente, comer, obtener madera y leña, etc. Es decir, la especie
humana está próxima a consumir tanto como el conjunto de las otras especies.
Como explicaron los expertos en sostenibilidad, en
el marco del llamado Foro de Río + 5, la actual población precisaría de los
recursos de tres Tierras (!) para alcanzar un nivel de vida semejante al de los
países desarrollados. Puede decirse, pues, que hemos superado ya la capacidad
de carga del planeta
, es decir, la máxima cantidad de seres humanos que
el planeta puede mantener de forma permanente. De hecho se ha estimado en 1,7
hectáreas la biocapacidad del planeta por cada habitante (es decir el terreno
productivo disponible para satisfacer las necesidades de cada uno de los más de
6000 millones de habitantes del planeta) mientras que en la actualidad la
huella ecológica media por habitante es de 2,8 hectáreas.
La población mundial continúa incrementándose a
marchas forzadas y en las regiones con menor capacidad para garantizar la
salud, la estabilidad y la prosperidad de la población (...) El mundo debería
adoptar un conjunto de medidas que contribuyeran a estabilizar la población
mundial, mediante decisiones voluntarias, en una cifra en torno a los ocho mil
millones de habitantes, en lugar de mantener la actual trayectoria que
probablemente nos situará en los nueve mil millones o más en el año 2050».
Podemos hablar así de la necesidad de una “Nueva cultura demográfica”, tan
necesaria para la sostenibilidad como la “Nueva cultura energética”, la “Nueva cultura
del agua”,
etc. Una cultura demográfica que tenga en cuenta la
estrecha vinculación de los problemas y su carácter glocal (a la vez global y
local), evitando los planteamientos localistas y a corto plazo, lo que obliga a
transformar la actual pirámide poblacional, con muchos más jóvenes que ancianos
– insostenible porque exige el crecimiento permanente de la población en un
cilindro de crecimiento cero con números similares de seres humanos en los
distintos grupos de edad.
Tecno-ciencia para la sostenibilidad
Cuando se plantea la contribución
de la tecno-ciencia a la sostenibilidad, la primera consideración que es
preciso hacer es cuestionar cualquier expectativa de encontrar soluciones
puramente tecnológicas a los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad.
Pero, del mismo modo, hay que cuestionar los movimientos anti-ciencia que
descargan sobre la tecno-ciencia la responsabilidad absoluta de la situación
actual de deterioro creciente. Muchos de los peligros que se suelen asociar al
“desarrollo científico y tecnológico” han puesto en el centro del debate la
cuestión de la “sociedad del riesgo”, según la cual, como consecuencia de
dichos desarrollos tecno - científicos actuales, crece cada día la posibilidad
de que se produzcan daños que afecten a una buena parte de la humanidad y que
nos enfrentan a decisiones cada vez más arriesgadas.
Conviene, pues, reflexionar
acerca de algunas de las características fundamentales que deben poseer las
medidas tecnológicas para hacer frente a la situación de emergencia planetaria.
Según (Daly, 1997) es preciso que cumplan lo que denomina «principios obvios
para el desarrollo sostenible»:
·
Las tasas de recolección no deben
superar a las de regeneración (o, para el caso de recursos no renovables, de
creación de sustitutos renovables).
·
Las tasas de emisión de residuos
deben ser inferiores a las capacidades de asimilación de los ecosistemas a los
que se emiten esos residuos.
Reducción
de la pobreza
Según el Banco Mundial, el total
de seres humanos que vive en la pobreza más absoluta, con un dólar al día o
menos, ha crecido de 1200 millones en 1987 a 1500 en la actualidad y, si
continúan las actuales tendencias, alcanzará los 1900 millones para el 2015. Y
casi la mitad de la humanidad no dispone de dos dólares al día.
«La pobreza no se define
exclusivamente en términos económicos también significa malnutrición, reducción
de la esperanza de vida, falta de acceso a agua potable y condiciones de
salubridad, enfermedades, analfabetismo, imposibilidad de acceder a la escuela,
a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a ciertos bienes».
La reducción de la pobreza y la
universalización de los Derechos Humanos se convierten así en una necesidad absoluta
para la supervivencia de la especie humana y aunque sólo sea por egoísmo
inteligente es preciso actuar, porque la prosperidad de un reducido número de
países no puede durar si se enfrenta a la extrema pobreza de la mayoría.
Esta pobreza extrema está
vinculada al conjunto de problemas que caracterizan la situación de emergencia
planetaria, desde la degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los
recursos a la explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre
literal y, en definitiva, en baja esperanza de vida.
Se precisa por ello una auténtica
movilización ciudadana y la participación en todo tipo de acciones como la
denominada Campaña Pobreza Cero o las relacionadas con la Ayuda al Desarrollo,
la cancelación de la Deuda Externa, la extensión de los programas de
microcréditos, basados en la experiencia del Grameen Bank impulsado por
Muhammed Yunus (Premio Nobel de la Paz), que pretenden contribuir en la
resolución de la “exclusión social” (pobreza, hambre y marginación social), etc.
Es preciso que se haga realidad el compromiso adquirido por los líderes
mundiales en la llamada Cumbre del Milenio de Naciones Unidas, celebrada en
septiembre de 2000, para reducir la pobreza, la enfermedad, el hambre, el
analfabetismo y la degradación del medio ambiente.
Igualdad
de género
Hablar de igualdad de sexos o, como es más frecuentemente aceptado, de
igualdad de género, es referirse a un objetivo contra una realidad de
discriminaciones y segregación social. Éste es un problema universal, pero para
comprender mejor los patrones y sus causas, y por lo tanto eliminarlos,
conviene partir del conocimiento de las particularidades históricas y
socioculturales de cada contexto específico. Por consiguiente, es necesario
considerar qué responsabilidades y derechos ciudadanos se les reconocen a las
mujeres en cada sociedad, en comparación con los que les reconocen a los
hombres, y las pautas de relación que entre ellos se establecen.
La enumeración de
discriminaciones que hace el PNUD es interminable: «la pobreza afecta en mayor
medida a las mujeres», lo que se relaciona con «su desigualdad en cuanto al
acceso a la educación, a los recursos productivos y al control de bienes, así
como, en ocasiones, a la desigualdad de derechos en el seno de la familia y de
la sociedad». Esa discriminación va más allá de las leyes: «Allí donde los
derechos de las mujeres están reconocidos, la pobreza (con el analfabetismo que
conlleva) a menudo les impide conocer sus derechos». Por otra parte, en los
países industrializados, pese haber logrado, no hace mucho, la igualdad legal
de derechos «se sigue concediendo empleos con mayor frecuencia y facilidad a
los hombres, el salario es desigual y los papeles en función del sexo son aún
discriminatorios»
Con menos oportunidades educativas
y económicas que los hombres, lógicamente las mujeres tienden a padecer hambre
y mayores deficiencias en la nutrición. Se habla por ello de «feminización de
la pobreza»
La erradicación de la
discriminación de las mujeres entronca así con los objetivos de la educación
para la sostenibilidad, de la reducción de la pobreza y, en definitiva, de la
universalización de los derechos humanos.
El tercer objetivo de Desarrollo
del Milenio desafía la discriminación contra la mujer y busca asegurar que las
niñas, como los niños, tengan el derecho a la escolarización. Los indicadores
relacionados con este objetivo buscan medir el progreso hacia la mayor
alfabetización de la mujer, hacia la mayor participación y representación de
ésta en la política y en la toma de decisiones de los Estados y hacia la mejora
de las perspectivas de empleo. Así y con todo, el tema de la igualdad de género
no se limita a un solo objetivo sino que se aplica a todos ellos. Sin progreso
hacia la igualdad de género y sin la capacitación de la mujer, no se alcanzará
ninguno de los objetivos de desarrollo del milenio»
Así, el año 2009, UNFPA (Fondo de
Población de Naciones Unidas) dedicó el día Mundial de Población a incentivar
la inversión en educación y salud para las mujeres y las niñas, como paso
necesario para avanzar en la disminución de la pobreza, la universalización de
los derechos humanos y la igualdad de género.
Contaminación
sin fronteras
El problema de la contaminación
es uno de los primeros que nos suele venir a la mente cuando pensamos en la
situación del mundo, puesto que la contaminación ambiental hoy no conoce
fronteras y afecta a todo el planeta.
La mayoría de los ciudadanos
percibimos ese carácter global del problema de la contaminación; por eso nos
referimos a ella como uno de los principales problemas del planeta. Pero
conviene hacer un esfuerzo por concretar y abordar de una forma más precisa las
distintas formas de contaminación y sus consecuencias.
Todo ello se traduce en una grave
destrucción de ecosistemas y pérdidas de biodiversidad.
La contaminación de suelos y aguas producida por unos productos que, a
partir de la Segunda Guerra Mundial, produjeron una verdadera revolución,
incrementando notablemente la producción agrícola. Nos referimos a los
fertilizantes químicos y a los pesticidas que junto a la gran maquinaria
hicieron posible la agricultura intensiva, de efectos muy negativos a medio y
largo plazo, En efecto, la utilización de productos de síntesis para combatir
los insectos, plagas, malezas y hongos aumentó la productividad pero, como
advirtió la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (1988), su
exceso amenaza la salud humana y la vida de las demás especies.
Todo ello evidencia una falta
total de ética... y de visión, porque los problemas ambientales no conocen
fronteras y estas graves contaminaciones nos afectarán a todos, como ha
ocurrido con la destrucción de la capa de ozono.
Esto hace muy peligrosa la
exposición al Sol en amplias zonas del planeta, provocando un serio aumento de
cánceres de piel, daños oculares, llegando incluso a la ceguera, disminución de
defensas inmunológicas, aumento de infecciones, etc. Y también afecta al clima,
ya que la capa de ozono es reguladora de la temperatura del planeta.
Afortunadamente, la comprensión del grave daño que su uso generaba de una forma
acelerada hizo posible el acuerdo internacional para la reducción del consumo
de los CFC: desde 1987 dicho consumo se ha reducido en más del 40%, pero
seguimos pagando las consecuencias de las miles de toneladas ya emitidas.
Hoy, afortunadamente, existe ya
un “Convenio de Estocolmo” que, además de tener entre sus metas reducir y
llegar a eliminar totalmente doce de los COP más tóxicos, prepara el camino
para un futuro libre de COP, al tiempo que asistimos a un creciente desarrollo
alternativo de biopesticidas y biofertilizantes, dentro de una orientación
denominada “Biomímesis”, que busca inspirarse en la naturaleza para avanzar
hacia la sostenibilidad.
Consumo
responsable
Es
preciso evitar el consumo de productos que dañan al medio ambiente por su alto
impacto ambiental, es preciso ejercer un consumo más responsable, más basado en
los productos locales -como preconizan, por ejemplo, el “Local Food Movement” o
el movimiento “slow”- en la agricultura agroecológica, etc. Un consumo alejado
de la publicidad agresiva que nos empuja a adquirir productos inútiles o
exóticos y que a menudo se viste engañosamente de verde (incurriendo en lo que
se ha denominado “Greenwashing”). Es preciso, además, ajustar ese consumo a las
reglas del comercio justo, que implica producir y comprar productos con
garantía de que han sido obtenidos con procedimientos sostenibles, respetuosos
con el medio y con las personas... Corrientes como “Nueva cultura del agua”,
“Nueva cultura energética”, “Nueva cultura de la movilidad” o “Nueva cultura
urbana”, expresan la necesidad y posibilidad de estos cambios en los patrones
de consumo y gestión de los recursos. Pero aunque todo esto es necesario, no es
suficiente para sentar las bases de un futuro sostenible. Es necesario también
abordar otros problemas relacionados como el crecimiento realmente explosivo
que ha experimentado en muy pocas décadas el número de seres humanos.
Turismo
sostenible
La problemática del turismo está estrechamente
ligada a la del consumo responsable, porque al igual que muchas de las cosas
que hacen posible nuestro trabajo, o que dan sentido a nuestras vidas, hacer
turismo exige consumo.
Los datos acerca de las consecuencias del turismo
son contradictorios. Por una parte tenemos claras repercusiones positivas:
creación de empleo, incremento de ingresos económicos, evitación de migraciones
por falta de trabajo, mejora del nivel cultural de la población local y
apertura a costumbres más libres, intercambios culturales en ambos sentidos, de
modos de vida, sensibilización de turistas y población local hacia el medio
ambiente, etc. Por otra parte están las consecuencias negativas, tan
importantes como las anteriores: incremento en el consumo de suelo, agua,
energía, destrucción de paisajes, aumento de la producción de residuos y aguas
residuales, alteración de los ecosistemas, introducción de especies exóticas de
animales y plantas, inducción de flujos de población hacia poblaciones
turísticas, aumento de incendios forestales, tráfico de personas y drogas, etc.
Puede decirse, pues, que el turismo, tal como se
está realizando actualmente, no es sostenible. Pero esto es consecuencia, como
en el caso de otros muchos problemas, de una búsqueda de beneficios inmediatos,
que impulsa a la masificación y a la destrucción de recursos.
«El
turismo sostenible atiende a las necesidades de los turistas actuales y de las
regiones receptoras y al mismo tiempo protege y fomenta las oportunidades para
el futuro. Se concibe como una vía hacia la gestión de todos los recursos de
forma que puedan satisfacerse las necesidades económicas, sociales y estéticas,
respetando al mismo tiempo la integridad cultural, los procesos ecológicos
esenciales, la diversidad biológica y los sistemas que sostienen la vida».
Esta definición de turismo sostenible (turismo
responsable, ecoturismo, turismo “slow”...), se ha traducido en la
consideración de una serie de requisitos que la
OMT (1994) considera fundamentales para la implantación de la Agenda 21
en los centros turísticos:
• La minimización de los residuos.
• Conservación y gestión de la energía.
• Gestión del recurso agua.
• Control de las sustancias peligrosas.
• Transportes.
• Planeamiento urbanístico y gestión del suelo.
• Compromiso Medioambiental de los políticos y de
los ciudadanos.
• Diseño e programas para la sostenibilidad.
• Colaboración Para el desarrollo turístico
Derechos
humanos y sostenibilidad
La preservación sostenible de la especie humana en
nuestro planeta exige la libre participación de la ciudadanía en la toma de
decisiones (lo que supone la universalización de los Derechos humanos de
primera generación) y la satisfacción de sus necesidades básicas (Derechos de
segunda generación). Pero esta preservación aparece hoy como un derecho en sí
mismo, como parte de los llamados
Derechos humanos de tercera generación, que se
califican como derechos de solidaridad «porque tienden a preservar la
integridad del ente colectivo»
Si queremos avanzar hacia la sostenibilidad de las
sociedades, hacia el logro de una democracia planetaria o cosmopolita, será
necesario reconocer y garantizar otros derechos, además de los civiles y
políticos, que aunque constituyen un requisito imprescindible son
insuficientes. Nos referimos a la necesidad de contemplar también la
universalización de los derechos económicos, sociales y culturales, no
“Derechos humanos de segunda generación”. (Vercher, 1998).
Diversidad
cultural
En el tema de la
diversidad cultural o etnodiversidad se incurre en este biologismo cuando se afirma,
como hace Clément (1999), que «El aislamiento geográfico crea la diversidad. De
un lado, la diversidad de los seres por el aislamiento geográfico, tal es la
historia natural de la naturaleza; del otro, la diversidad de las creencias por
el aislamiento cultural, tal es la historia cultural de la naturaleza». Esa
asociación entre diversidad y aislamiento es, desde el punto de vista cultural,
cuestionable: pensemos que la vivencia de la diversidad aparece precisamente
cuando se rompe el aislamiento; sin contacto entre lugares aislados solo
tenemos una pluralidad de situaciones cada una de las cuales contiene escasa
diversidad y nadie puede concebir (y, menos, aprovechar) la riqueza que supone
la diversidad del conjunto de esos lugares aislados.
Por la misma razón,
no puede decirse que los contactos se traducen en empobrecimiento de la diversidad
cultural. Al contrario, es el aislamiento completo el que supone falta de
diversidad en cada uno de los fragmentos del planeta, y es la puesta en contacto
de esos fragmentos lo que da lugar a la diversidad. Es necesario, pues,
cuestionar el tratamiento de la diversidad cultural con los mismos patrones que
la biológica. Y ello obliga a preguntarse si la diversidad cultural es algo tan
positivo como la biodiversidad.
Cambio
climático: una innegable y preocupante realidad
A finales de 1990,
se celebró la Segunda Conferencia Mundial sobre el Clima, reunión clave para que
Naciones Unidas arrancara el proceso de negociación que condujese a la
elaboración de un tratado internacional sobre el clima.
Hoy, tras décadas
de estudios, no parece haber duda alguna entre los expertos acerca de que las
actividades humanas están cambiando el clima del planeta. Ésta fue,
precisamente, la conclusión de los Informes de Evaluación del Panel
Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC http://www.ipcc.ch/), organismo
creado en 1988 por la Organización Meteorológica Mundial y el Programade las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente, con el cometido de realizar evaluacionesperiódicas
del conocimiento sobre el cambio climático y sus consecuencias. Hasta el
momento, elIPCC ha publicado cuatro informes de Evaluación, en 1990, 1995, 2001
y 2007, dotados del máximo reconocimiento mundial. El día 2 de febrero de 2007
se hizo público, con un notable y merecido impacto mediático, el IV Informe de
Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC),
organismo científico de Naciones Unidas.
Biodiversidad
La preocupación no
viene por el hecho de que desaparezca alguna especie, sino porque se teme que
estamos asistiendo a una masiva extinción (Duarte Santos, 2007) como las otras
cinco que, según Lewin (1997), se han dado a lo largo de la evolución de la
vida, como la que dio lugar a la desaparición de los dinosaurios. Y esas
extinciones han constituido auténticos cataclismos. Lo que preocupa, pues, y
muy seriamente, es la posibilidad de provocar una catástrofe que arrastre a la propia
especie humana (Diamond, 2006). Según Delibes de Castro, «diferentes cálculos
permiten estimar que se extinguen entre diez mil y cincuenta mil especies por
año. Yo suelo citar a Edward Wilson, uno de los ‘inventores’ de la palabra
biodiversidad, que dice que anualmente desaparecen veintisiete mil especies, lo
que supone setenta y dos diarias y tres cada hora (…) una cifra fácil de retener.
Eso puede representar la pérdida, cada año, del uno por mil de todas las
especies vivientes.
A ese ritmo, en mil
años no quedaría ninguna (incluidos nosotros)» (Delibes y Delibes, 2005). En la
misma dirección, Folch (1998) habla de una homeostasis planetaria en peligro,
es decir, de un equilibrio de la biosfera que puede derrumbarse si seguimos
arrancándole eslabones: «La naturaleza es diversa por definición y por
necesidad. Por eso, la biodiversidad es la mejor expresión de su lógica y, a la
par, la garantía de su éxito».
Urbanización
y sostenibilidad
La palabra
ciudadano se ha convertido casi en sinónimo de ser humano… hablamos de civismo,
de educar en la ciudadanía, de derechos y deberes de los ciudadanos… la ciudadanía
y, por tanto, la ciudad, aparecen como una conquista clave de los seres
humanos. Y en ese sentido, tan ciudadanos son los habitantes de una gran ciudad
como los de una pequeña población rural. Pero sabemos que la atracción de las
ciudades, del mundo urbano, sobre el mundo rural tiene razones poderosas y en
buena parte positivas. Como afirma Folch, «las poblaciones demasiado pequeñas
no tienen la masa crítica necesaria para los servicios deseables». La
educación, la sanidad, el acceso a trabajos mejor remunerados, la oferta
cultural y de ocio… todo llama hacia la ciudad en busca de un aumento de
calidad de vida.
Nueva
cultura del agua
El agua ha sido
considerada comúnmente como un recurso renovable, cuyo uso no se veía limitado por
el peligro de agotamiento que afecta, por ejemplo, a los yacimientos minerales.
Los textos escolares hablan, precisamente, del “ciclo del agua” que, a través
de la evaporación y la lluvia, devuelve el agua a sus fuentes para engrosar los
ríos, lagos y acuíferos subterráneos… y vuelta a empezar.
Y ha sido así
mientras se ha mantenido un equilibrio en el que el volumen de agua utilizada
no era superior al que ese ciclo del agua reponía. Pero el consumo de agua se
ha disparado: a escala planetaria el consumo de agua potable se ha venido
doblando últimamente cada 20 años, debido a la conjunción de los excesos de
consumo de los países desarrollados (ver Consumo responsable) y del crecimiento
demográfico, con las consiguientes necesidades de alimentos.
El problema del
agua aparece así como un elemento central de la actual situación de emergencia planetaria
(Vilches y Gil, 2003) y su solución –que exige el reconocimiento del derecho
fundamental de todo ser humano a disponer de, por lo menos, 20 litros de agua
potable diarios (Bovet, 2008, pp. 52-53)– sólo puede concebirse como parte de
una reorientación global del desarrollo tecnocientífico, de la educación
ciudadana y de las medidas políticas para la construcción de un futuro
sostenible, superando la búsqueda de beneficios particulares a corto plazo y
ajustando la economía a las exigencias de la ecología y del bienestar social
global.
Gobernanza
universal. Medidas políticas para la sostenibilidad
Vivimos una grave
situación de emergencia planetaria que obliga a pensar en un complejo entramado
de medidas, tecnológicas, educativas y políticas, cada una de las cuales tiene
carácter de conditio sine qua non, sin que ninguna de ellas, por sí sola, pueda
resultar efectiva, pero cuya ausencia puede anular el efecto de las que sí se
apliquen: se ha comprendido, en efecto, que no basta con plantear tecnologías
para la sostenibilidad o una educación para la sostenibilidad; son precisas
igualmente medidas políticas que garanticen las auditorias ambientales, la
protección de la diversidad biológica y cultural, la promoción de tecnologías
sostenibles mediante políticas de I + D y una fiscalidad verde que penalice los
consumos y actuaciones contaminantes, etc…
Pero tampoco basta
con políticas locales o estatales; hemos de reconocer que no es posible abordar
solo localmente problemas como una contaminación sin fronteras, el cambio
climático, el agotamiento de recursos vitales, la pérdida de biodiversidad o la
reducción de la pobreza y la marginación, que afectan a todo el planeta
(Duarte, 2006).
El concepto de
gobernanza no es familiar para muchos de nosotros, pero el Diccionario de la
Lengua Española de la Real Academia lo incluye, en sus últimas ediciones,
definiéndolo como
“Arte o manera de
gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico,
social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el
Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía”. Sería preferible, pensamos,
una definición más simple y menos condicionada por expresiones como “Estado”
(¿acaso sólo se puede hablar de gobernanza en un ámbito estatal?) o “mercado de
la economía”. Bastaría, en nuestra opinión, referirse a la gobernanza como
manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un futuro
sostenible (o “duradero”). Lo esencial, sin embargo, más allá de estos matices,
es que este nuevo concepto supone el reconocimiento de la necesidad de asociar
la idea de desarrollo sostenible a medidas políticas, a medidas de gobierno y,
en particular, de gobernanza universal, entendida como “Arte o manera de
gobernar que se propone como objetivo el logro de un futuro sostenible”.
REFERENCIAS:
Vilches,
A., Macías, O. y Gil Pérez, D. (2011). Década de la educación para la
sostenibilidad. Temas de acción clave. (Documento de trabajo No.1). Disponible
en: http://oei.es/DOCUMENTO1caeu.pdf
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